Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

lunes, 4 de febrero de 2013

WERNER: Huevos crudos, revueltos, escalfados, fritos, hervidos


Mientras avanzábamos en un mar tempestuoso hacia nuestra posición asignada a 600 millas al este de Terranova, las condiciones del U-230 empeoraron rápidamente. El agua que entraba por la escotilla abierta se acumulaba a nuestros pies, y la elevada humedad dentro del casco hacía que la comida se descompusiera, que nuestra piel se ablandara y nuestros mapas se disolvieran. El olor era brutal. El combustible adicional que llevábamos en las sentinas despedía un hedor penetrante; nuestras ropas quedaron impregnadas por el mismo y nuestra comida adquirió el sabor del petróleo y la grasa lubricante. El perpetuo balanceo y rolido del barco era demasiado para aquellos no acostumbrados al Atlántico, o no equipados con estómagos de hierro fundido; la mayoría de los hombres perdió el apetito y a menudo más que eso. Esto dejó sólo un pequeño grupo de indestructibles para comer los cuatro cajones de huevos antes de que se pusieran malos. Para ayudar a consumirlos yo comía huevos todo el día en todas formas: crudos antes de subir al puente a tomar mi guardia, revueltos cuando me revelaban, escalfados en el almuerzo, fritos en la cena, y hervidos cada vez que me venían ganas de comer otro.

Herbert WERNER, Ataúdes de acero,  Javier Vergara, Barcelona, 1978.