Las escuelas disponen de un increíble aparato burocrático para determinar qué alumnos deben ser expulsados, cuáles pasados al curso siguiente y cuáles obligados a repetir. La cantidad de tiempo invertido en el abstruso cálculo de promedios mediante fórmulas secretas es cuando menos igual al pasado en las aulas. Después de todo esto, el director puede añadir dos puntos más a todo el mundo si las notas le parecen demasiado bajas, o bien aceptar sobornos de un padre para cambiar la calificación de su hijo. También es posible que el gobierno decida que no necesita tantos estudiantes e invalide sus propios exámenes. En ocasiones todo se convierte en una mala farsa. Resulta imposible no sonreír al ver cómo unos gendarmes armados con ametralladoras custodian las preguntas sabiendo que el sobre que las contiene ha sido abierto por un hombre que se las vendió al mejor postor varios días antes.
Nigel BARLEY, El antropólogo inocente, Anagrama, Barcelona, 1989.
Nigel BARLEY, El antropólogo inocente, Anagrama, Barcelona, 1989.