—Toma —dijo, ofreciendo a Dill su bolsa de papel con las dos pajas—. Bebe un buen sorbo; esto te sosegará.
Dill dio una chupada a las pajas, sonrió, y luego chupó un largo rato.
—¡Eh, eh! —exclamó míster Raymond, visiblemente complacido de corromper a un chiquillo.
—Dill, ten cuidado ahora —le avisé.
Dill soltó las pajas y sonrió.
—Scout, no es otra cosa que Coca-Cola.
Míster Raymond se sentó, apoyando el cuerpo en el tronco. Hasta entonces había estado tendido en la hierba.
—Vosotros, chiquillos, no me delataréis ahora, ¿verdad que no? Si lo descubrieseis arruinaríais mi reputación.
—¿Quiere decir que todo lo que bebe de esa bolsa es Coca-Cola? ¿Coca-Cola y nada más?
—Sí, señorita —asintió míster Raymond. Me gustaba el olor que despedía: olor a cuero, caballos y semillas de algodón. Llevaba las únicas botas inglesas de montar que había visto en mi vida—. Es lo único que bebo la mayor parte del tiempo.
—¿Entonces usted únicamente finge que está medio...? Le pido perdón, señor. —Me contuve a tiempo—. No pretendía ser... —Míster Raymond soltó una risita, sin mostrarse nada ofendido, y yo intenté formular una pregunta discreta—: ¿Por qué obra de ese modo?
—Bah..., oh, sí, ¿queréis decir por qué finjo? Es muy sencillo —contestó—. A ciertas personas no les... gusta mi manera de vivir. Bien, yo podría mandarles al diablo, si no les gusta no me importa. Que si no les gusta no me importa, lo digo, en efecto, pero no las mando al diablo, ¿comprendéis?...
Dill y yo contestamos al unísono:
—No, señor.
—Yo procuro proporcionarles una explicación, ya lo veis. La gente se siente satisfecha si puede encontrar una explicación. Si cuando vengo a esta ciudad, que es muy raramente, muy de tarde en tarde, me bamboleo un poco y bebo de esa bolsa, la gente puede decir que Dolphus Raymond es un esclavo del whisky, y por esto no cambia de conducta. No es dueño de sí mismo, por eso vive como vive.
—Pero eso no está bien, míster Raymond, que se finja más malo de lo que ya es.
—No está bien, pero a la gente le resulta muy útil. Diciéndolo en secreto, miss Finch, yo no soy un gran bebedor, pero ya ves que lo demás nunca, nunca sabrán comprender que vivo como vivo porque es de la manera que quiero vivir.
Harper LEE, Matar un ruiseñor, Plaza y Janés, Barcelona, 1996.
Dill dio una chupada a las pajas, sonrió, y luego chupó un largo rato.
—¡Eh, eh! —exclamó míster Raymond, visiblemente complacido de corromper a un chiquillo.
—Dill, ten cuidado ahora —le avisé.
Dill soltó las pajas y sonrió.
—Scout, no es otra cosa que Coca-Cola.
Míster Raymond se sentó, apoyando el cuerpo en el tronco. Hasta entonces había estado tendido en la hierba.
—Vosotros, chiquillos, no me delataréis ahora, ¿verdad que no? Si lo descubrieseis arruinaríais mi reputación.
—¿Quiere decir que todo lo que bebe de esa bolsa es Coca-Cola? ¿Coca-Cola y nada más?
—Sí, señorita —asintió míster Raymond. Me gustaba el olor que despedía: olor a cuero, caballos y semillas de algodón. Llevaba las únicas botas inglesas de montar que había visto en mi vida—. Es lo único que bebo la mayor parte del tiempo.
—¿Entonces usted únicamente finge que está medio...? Le pido perdón, señor. —Me contuve a tiempo—. No pretendía ser... —Míster Raymond soltó una risita, sin mostrarse nada ofendido, y yo intenté formular una pregunta discreta—: ¿Por qué obra de ese modo?
—Bah..., oh, sí, ¿queréis decir por qué finjo? Es muy sencillo —contestó—. A ciertas personas no les... gusta mi manera de vivir. Bien, yo podría mandarles al diablo, si no les gusta no me importa. Que si no les gusta no me importa, lo digo, en efecto, pero no las mando al diablo, ¿comprendéis?...
Dill y yo contestamos al unísono:
—No, señor.
—Yo procuro proporcionarles una explicación, ya lo veis. La gente se siente satisfecha si puede encontrar una explicación. Si cuando vengo a esta ciudad, que es muy raramente, muy de tarde en tarde, me bamboleo un poco y bebo de esa bolsa, la gente puede decir que Dolphus Raymond es un esclavo del whisky, y por esto no cambia de conducta. No es dueño de sí mismo, por eso vive como vive.
—Pero eso no está bien, míster Raymond, que se finja más malo de lo que ya es.
—No está bien, pero a la gente le resulta muy útil. Diciéndolo en secreto, miss Finch, yo no soy un gran bebedor, pero ya ves que lo demás nunca, nunca sabrán comprender que vivo como vivo porque es de la manera que quiero vivir.
Harper LEE, Matar un ruiseñor, Plaza y Janés, Barcelona, 1996.