Él se consagró a abogar por un lenguaje internacional. Por desgracia, las lenguas internacionales son aún más numerosas que las nacionales. No le gustaba el esperanto, que era la favorita de la generalidad, y prefería el ido. Por él, supe que los esperantistas (por lo menos, así me lo aseguraba él) eran unos malvados que superaban todos los anteriores abismos de la depravación humana, aunque nunca examiné sus pruebas de ello. Decía que el esperanto poseía la ventaja de dar origen a la palabra esperantista, mientras que el ido no podía hacer algo análogo. "Claro que sí —le dije— , existe la palabra idiota."
Bertrand RUSSELL, Retratos de memoria y otros ensayos, Alianza, Madrid, 1982.