Aprovechando el retraso del cadí, Ilias al-Hayyi repasó una vez más su estrategia acusatoria. Sin apartar la vista del pesado sello del plomo, comenzó a recitar mentalmente la exposición que llevaba semanas preparando. Al cadí no le gustaba que citaran a los doctores malikíes, por lo que Ilias, cuidadosamente, había evitado hacerlo. De pronto, se escuchó ruido en el pasillo. Su ayudante, que llevaba el grueso cartapacio con toda la jurisprudencia aplicable al caso, le avisó de que el cadí había llegado. El severo juez entró en la sala e inmediatamente todo el mundo quedó en silencio. El magistrado tenía el rostro enrojecido, cubierto de sudor. Procedan, le dijo al ujier. Éste se levantó y leyó vacilante los nombres del querellante y del querellado. Hablen, gritó el juez. Ilias se levantó y se aclaró la garganta: Su señoría, estamos aquí para pedir una indemnización por los daños sufridos por mi defendido, daños tanto físicos como morales. El camello del acusado… Ilias repitió su exposición sin titubeos. Desde luego, mencionó el socavón, que ayudó a que el incidente se agravara.
Francisco HERVÁS, El lagarto y otros cuentos de Auringis y de Yayyan, Editoral Almotacén, Córdoba, 2011.
Francisco HERVÁS, El lagarto y otros cuentos de Auringis y de Yayyan, Editoral Almotacén, Córdoba, 2011.