La posición sexual del investigador de campo ha sufrido una revisión radical en consonancia con las transformaciones de las costumbres sexuales de Occidente. Mientras que en la era colonial no estaba bien visto tener a miembros de otras razas —lo mismo que de otra clase social o religión— como pareja sexual, hoy día los límites son mucho menos estrictos. Resulta sorprendente el número de mujeres solas que en otro tiempo podían moverse libremente entre los salvajes, en gran medida debido a que tampoco ellas figuraban en el mapa sexual de los nativos. En la actualidad, no obstante, las cosas han cambiado bastante, y la mujer solitaria puede decirse que se ve obligada a tener relaciones sexuales con la gente objeto de estudio, como parte del nuevo concepto de aceptación. Cualquier mujer no acompañada que regresa sin experiencias tiende a suscitar comentarios de sorpresa y casi de reproche entre sus compañeros. Ha desaprovechado una oportunidad de investigar.
Nigel BARLEY, El antropólogo inocente, Anagrama, Barcelona, 1989.