Un pueblo proscripto y condenado por la opinión y las leyes al oprobio y a la ignominia; un pueblo expulsado de todas las profesiones liberales; privado desde mucho siglos del derecho de adquirirse propiedad y de disponer de sus bienes movibles bajo las mismas formalidades y seguridad que el pueblo que lo detesta; que sometido a un régimen de leyes especiales y severas sabe obedecer y conservar a un tiempo cierta especie de independencia; que han sufrido la persecución por espacio de algunos siglos; que se le acusa de todos los excesos, de todos los crímenes de la barbarie, de todos los vicios de la civilización; y que a pesar del desprecio que inspira, del rencor que se le profesa, de la prevención con que se le trata y se le juzga, resiste sin embargo a este abatimiento, a este oprobio, a estas leyes y, en fin, a todas las causas que deben desunir, disolver y anonadar a las familias y las naciones: este pueblo, pues, por el mero de haber conservado su existencia, merece la atención del observador, y el examen de las causas que han contribuido a su conservación es un problema cuya solución es digna de la Historia.
J.M., Historia de los gitanos, Imprenta de Antonio Bergnes, Barcelona, 1832.