Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

martes, 5 de julio de 2011

RODRÍGUEZ JIMÉNEZ: El mago

Ilias fue el primero en encontrarle, en el camino de Bayasa. El hombre hizo aparecer de repente una paloma de la oreja del asombrado chiquillo. Después, como si estuviera muy cansado, el extranjero se sentó en el huerto de los Banu Kun.

Hacía años que ningún mago llegaba a la aldea, quizá desde los tiempos de Abd ar-Raman. La gente se acercó al mago y le ofreció regalos: dátiles, agua fresca, vino, que el extranjero rechazó con un gesto apático y con palabras que delataron su origen oriental. Unos decían que procedía de Fars. Otros, que de más allá.

Finalmente, el caíd le dio permiso para entrar y descansar en la aldea. Durante dos días. Después podría continuar su peregrinaje. El extranjero, agradecido, anunció que sorprendería a todos con su magia.

El caíd le llevó a su casa, donde le cortaron el pelo y la barba y le lavaron las ropas, sucias por el polvo del camino. Cuando se hubo aseado, parecía más joven, a pesar de los hilos blancos que ya recorrían su barba.

El segundo día se sentó en la fuente que había junto a la mezquita, y allí pareció dedicar el tiempo a reflexionar.

Pasó la tarde y llegó la noche. La gente comenzó a rodear al extranjero. Que permanecía inmóvil. Parecía distraído, como si una profunda cuestión teológica le preocupara.

Alguien se atrevió a tocarle el hombro para sacarle de su ensimismamiento, pero lo único que consiguió fue que apareciera una nube de humo blanco, que no tardó en desvanecerse. Nada quedó allí donde había estado sentado el mago.

La gente alabó el truco y esperó que el extranjero apareciera por algún lado. Pero nada más se supo de él.

Julián RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, Libretas, Editoral Almotacén, Córdoba, 2011.