Había otro individuo que siempre parecía estar muy tranquilo, y bien alimentado. Llevaba un taller de poesía en una iglesia los domingos por la tarde. Tenía un bonito apartamento. Era miembro del partido comunista. Vamos a llamarle Fred. Le pregunté a una señora mayor que acudía a su taller de poesía y le admiraba enormemente:
—Oiga, ¿cómo se gana la vida Fred?
—Bueno —me dijo—, Fred no quiere que lo sepa nadie, porque es muy reservado para estas cosas, pero se gana la vida limpiando furgones de comida.
—¿Furgones de comida?
—Sí, ya sabe, esos furgones que van por ahí vendiendo café y bocadillos durante los descansos y las horas de comer en los lugares de trabajo. Bueno, pues Fred limpia esos furgones de comida.
Pasó un par de años y luego se descubrió que Fred también era propietario de un par de edificios de apartamentos, y que vivía principalmente de las rentas. Cuando me enteré de eso me emborraché una noche y me fui al apartamento de Fred. Estaba situado encima de un pequeño teatro. Todo muy artístico. Salté del coche y llamé al timbre. No me quería contestar. Yo sabía que estaba allí arriba. Había visto moverse su sombra detrás de las cortinas. Volví al coche y empecé a hacer sonar la bocina y a gritar: “¡Eh, Fred! ¡Sal de ahí!” Lancé una botella de cerveza contra una de sus ventanas. Rebotó.
Eso le hizo parecer. Salió al pequeño balcón de su apartamento y echó una mirada miope hacia donde estaba yo.
—¡Márchate, Bukowski!
—Fred, baja aquí, te voy a dar una patada en el culo, ¡terrateniente comunista!
Fred entró corriendo en su apartamento. Yo me quedé allí esperándole. Nada. Luego se me ocurrió que estaría llamando a la policía. Y yo a la policía ya la tenía muy vista. Me metí en el coche y regresé a mi casa.
Charles BUKOWSKI, El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, Anagrama, Barcelona, 2002.