Los nasamones, nación muy numerosa, son los comarcanos de los ausquisas, tirando hacia Poniente. Dejando en verano sus ganados a las costas del mar, suben a un territorio que llaman Augila para recoger la cosecha de los dátiles, pues allí hay muchas, muy grandes palmas y todas fructíferas. Van a caza de langostas, las que muelen después de secas al sol, y mezclando aquella harina con leche se la beben. Es allí costumbre tener cada uno muchas mujeres, haciendo que el uso de ellas sea común a todos, pues del mismo modo que los masagetas, plantando delante de la casa su bastón, están con la que quieren. Acostumbran asimismo que cuando un nasamón se casa la primera vez, todos los convidados a la boda conozcan aquella primera noche a la novia, y que cada uno de los que la conocieren la regale con alguna presea traída de su casa. En su modo de jurar y adivinar, juran por aquellos hombres que pasan entre ellos por los más justos y mejores de todos, y en el acto mismo de jurar tocan sus sepulcros; adivinan yendo a las sepulturas de sus antepasados, donde después de hechas sus deprecaciones se ponen a dormir, y se gobiernan por lo que allí ven entre sueños. En sus contratos y promesas usan de la ceremonia de dar el uno de beber al otro con su mano, y tomando mutuamente de él, y si no tienen a punto cosa que beber, tomando del suelo un poco de polvo lo lamen.
HERODOTO, Los nueve libros de la Historia, Edaf, Madrid, 1989.