Es propio el pueblo egipcio, como de gentes dementes o enloquecidas, situar al Estado en los más graves riesgos a partir de cuestiones sin importancia; frecuentemente, por saludos descuidados, por no ceder el sitio en los baños públicos, por la carne o las verduras intervenidas, por cuestiones relativas al calzado de los esclavos u otras cosas similares, llegaron en sus revueltas a poner en grave peligro al Estado hasta tal punto que fue necesario disponer tropas en su contra.
Historia Augusta, Akal, Madrid, 1989.