La superficie del agua era de un azul profundo, cual zafiro pulido, lisa como un espejo, hasta tal punto que las cumbres de las montañas, que se miraban en él, ofrecían un aspecto más hermoso en forma de reflejo que en la propia realidad. Un viento frío y vivificante soplaba desde el lago y nada perturbaba la digna calma, ni siquiera el chapuzón de un pez o el canto de un ave acuática.
El caballero se estremeció de la impresión. Pero en vez de continuar cabalgando por la cima de la colina, dirigió al caballo hacia abajo, hacia el lago. Tal y como si fuera atraído por la fuerza magnética de un hechizo que dormitara allá, abajo, en el fondo, en lo profundo de las aguas. El caballo posaba los cascos tímidamente entre las quebradas rocas, mostrando con un relincho apagado que él también percibía el aura mágica.
Andrzej SAPKOWSKI, La dama del lago (volumen 1), Alamut, Madrid, 2010.