Kafka pasea por la calle. La tarde es nublada y tranquila.
Una niña llora en la acera. Franz Kafka se acerca a la niña, que oculta su cara bajo mechones pelirrojos. Llora porque ha perdido su muñeca.
-No, no se ha perdido -le dice Franz Kafka-. Hace poco me he encontrado con tu muñeca -añade-, a la salida de la ciudad. No se ha despedido porque los adioses son tristes. Y me ha dicho que te ha escrito.
La niña se seca las lágrimas con las manitas. Desde la profundidad de sus ojos azules, mira al hombre moreno, al extraño mensajero.
El mensajero, Franz Kafka, sube calle arriba con su traje negro y paso lento, para perderse, como el más misterioso de los mensajeros, tras la esquina de la calle.
La niña, durante las semanas siguientes, recibió las cartas de la muñeca, en las que le contaba un viaje extraordinario, cada vez desde más lejos.