Quienes vivían en el campo se sintieron alertados muy pronto, en cuanto vieron que, en los dulces atardeceres del otoño, aquellos bárbaros que vivían, como quien dice, a un tiro de piedra, bajaban a comer los dulces higos de los huertos y jardines de las hermosas villas y las pequeñas propiedades agrícolas. Eran unos hombres de aspecto terrible a veces, pero, otras, de una asombrosa belleza. No parecían buscar, ni querer, nada más que la dulzura de esa frutas, y regresaban a sus tierras cercanas, más allá de la frontera. Pero, si podían hacer esto, algo o mucho estaba pasando ya.
ABC, domingo 4 de abril de 2004.
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